Sep 29, 2008

Agua


Es selva lluviosa. En este país cuando uno menos se lo espera llueve. Se forman pequeños riachuelos en las montañas, y como caminaremos cerca de ellos, y es cerca, recogeremos agua en todo momento. Ante un panorama así, crees que un recipiente plástico de 500 cc serán suficientes. No importa el calor, siempre "tendrás agua".

El camino no significaba gran cosa. Recorrer valles y montañas de pendientes ligeras, y en día nublado, suena fácil. Pero olvidas que la selva lluviosa guarda par de huéspedes desapercibidos, la humedad y el calor tropical. A medida que iba avanzando, y el calor se acumulaba en mi cuerpo, parte de mis "tres cuartas partes" de mi cuerpo iban evaporándose. Complejo de caracol, caminando con una especie de casa a cuestas, que era mi bolso. Poco a poco escurría mi rostro bañado en sudor, y el calor inclemente parecía sofocarme.


"¿Cuánto falta para el río?" - pregunté.
"¡No falta nada!" - respondía nuestra guía, que la verdad, no tenía un conocimiento muy adecuado de nuestra posición.

La "nada" era aproximadamente recorrer 30 Km. Distancia que es ínfima, realmente, para aquellos que estamos ya habituados a la ciudad, a los medios de transporte. Muchos ya habremos en alguna oportunidad caminado esa distancia, e incluso, es la que muchos habrán trotado en alguna mañana de entrenamiento. Pero suma hacerlo en montaña, inmersa en el bosque tropical, con un bolso de 15 Kilos en tus espaldas, y con el agua agotándose.




"Tranquilo, habrá agua!". Pero el agua no aparecía, y los riachuelos simplemente no existían. Poco a poco notas como tu cuerpo se va extinguiendo. Como tus ganas van decayendo. Tus piernas se vuelven torpes, y observas tu recipiente vacío con la esperanza de que se llenara milagrosamente. Pero las cosas no ocurren así, así que solo tienes que seguir avanzando. "Listo, estamos perdidos" - pensé. Y parecía lógico tal pensamiento, puesto que a medida que seguíamos avanzando, no percibía la más absoluta certeza de escuchar algún sonido de río corriendo.

Llegó la noche, y ya cansados, no pudimos sostenernos más, y sacando fuerzas de donde no se tienen, armamos nuestra carpa y acampamos en medio del camino, para esperar al sol y tener más claridad de nuestra situación.

La sed es algo intenso. No puedes descansar. Si no hubiese sido por el cansancio, estoy completamente seguro de que no hubiera podido lograr conciliar el sueño. Quizás se imaginarían que esa noche soñé con cascadas y enormes fuentes de agua, pero no fue así. La noche transcurrió para mi fortuna como un abrir y cerrar de ojos instantáneo.

Al despertar, desarmamos el campamento. Un sonido particular me llamó la atención: era un muchacho cortando plantas de plátano con un machete. Me apresuré y de inmediato le pregunté cuanto faltaba para el río. "Como 10 minutos, a pie" - respondió el muchacho.

Las fuerzas llegaron de la nada. El bolso se hacía ligero y mis pasos rápidos. 10 minutos. A escasos 10 minutos estuvimos de calmar la sed de la noche anterior y descansar tranquilos. En exactos 10 minutos llegamos a la entrada del río, que era un camino empinado cuesta abajo. El sendero había que caminarlo con cuidado, pues había en cada cruce árboles con gruesas espinas en sus troncos, y al ser un camino empinado, un resbalón y terminarías agujereado.

  Y la felicidad cobró imagen y sonido. Un río con 4 pequeñas caídas de agua se abría paso entre las montañas. Olvidé bolso, olvidé compañeros que venían detrás de mí. Solo pensé en el agua. Me interné en ella cuerpo entero, y debajo tragué el preciado líquido en abundancia.


Ya comprendo porque la zona la bautizaron "Paraíso", pues allí es donde me sentía.

Sep 11, 2008

Misión: Serenata


Muchos recuerdan con nostalgia sus años de bachillerato (o prepa, como lo conocen en el exterior). Sienten que fueron "los mejores años de la juventud". En mi caso, no fue así. Los mejores "años de mi juventud" transcurrieron en mi época universitaria. Hace poco, recordé una anécdota del estilo "si la cuento no me lo creen", y bueno, ¿qué mejor lugar que éste para contarla?.

Transcurría el año 1999. Tenía un amigo, E, que adoraba la música (aún la adora). Tiene un talento natural y envidiable para la música, buena voz para el canto y hábil con la guitarra, la cual toca "de oído". El problema era que E era muy enamoradizo, y vivía sus enamoramientos de manera muy intensa, con todos los altibajos que ello trae.

Por aquel entonces, X era la chica que había capturado el corazón de mi amigo E. La chica era dura, y por mucho que E intentaba ganarse su corazón, no cedía. Eso parecía motivar más a E en sus intentos, y se ideaba cada ocurrencia para conquistarla, las cuales el grupo de amigos las bautizámos "jugadas", utilizando el argot deportivo.

Un día, E llama mi casa y me dice "que tiene una jugada en mente y necesita que lo ayude". La jugada consistía en llevarle una serenata a X esa noche. En ese entonces se me daba bien el tocar la guitarra también, así que acepté en acompañarlo.

E llegó esa tarde a mi casa con unas rosas. No se nos ocurrió otra cosa, sino colocarlas dentro del refrigerador en vez de colocarlas en un florero con agua. Practicamos algunas canciones y escogimos las que consideramos adecuadas. Se nos hizo la noche y decidimos partir.

X vivía en una zona no tan privilegiada, y tenía su cuota de peligro, pues era una zona con cierto índice de delincuencia. Esto no aminoraba las ganas de E de llegar y cumplir su cometido, y no recuerdo que es lo que pensaba yo en ese entonces y donde estaba mi sentido del riesgo, pero en fin.

Como decidimos partir un poco temprano, pensamos que lo más idóneo era esperar en una zona cercana, pero más segura y acercarnos en taxi a la casa de X. Así hicimos, permanecimos un rato por un vecindario cercano. El primer blooper de la noche, fue cortesía de nuestro amigo el frío. Por efecto del refrigerador y el cambio de frío al calor del ambiente, las rosas comenzaron a colapsar. Los pétalos se iban desprendiendo uno a uno, y su color pasó de rojo intenso a morado. E, alarmado, comenzó a desesperarse. ¿Qué se me ocurre hacer?, pues ¡busquemos una casa con jardín, y si tiene rosas, nos robamos una!.

Ya de noche y sumido en el desespero, la idea para E no sonaba tan mal, así que comenzamos nuestra caminata. No imagino como sería la escena, dos figuras nocturnas con estuches de guitarras en sus hombros, saltando de jardín en jardín buscando la bendita rosa. Supongo que alguien llamaría a la policía.

La búsqueda no resultó, y como aún no era la hora, resignados decidimos sentarnos en una venta de perros calientes que estaba en el lugar. Al vernos, una señora que acompañaba al vendedor nos preguntó:

- "¿Qué hacen con esas guitarras?... ¿acaso van a dar una serenata?".

La respuesta es bastante obvia si nos veía con unas guitarras y unas rosas, a pesar de estar ya marchitas.

- "Así es" - respondió jocosamente E.

- "¡Ah, caray!, eso sí que no se ve todos los días" - terminó argumentando la señora.

Se nos hizo la hora y tomamos el taxi. El trato era que el chofer nos llevara al lugar, nos esperara, y nos trajera de vuelta. Al chofer no le gustaba mucho la idea, imagino que era por la zona a la que íbamos, así que lo disuadí con un poco más de dinero, acción con la que más tarde E me bautizaría Gambito, porque tenía "ases guardados bajo la manga".

Y así partimos. La casa de X estaba al comienzo del barrio, así que no era "zona roja" adentro. Con sumo cuidado llevamos, bajamos y comenzamos la serenata. E cantaba y tocaba su guitarra y yo solo le acompañaba con la música, pues a mí si no se me da el canto. Todo estaba en silencio, silencio que fue interrumpido por las canciones. Y entonces...

Escuché un "¡TOC!" detrás de mí. Era una piedra. Miro hacia arriba y noto que esa no era la única. Venían más. El chofer se me acerca asustado y me dice: -"¡Pana!, mejor muevo el carro hacia allá, porque sino si me cae una piedra..." -. Pero E continuaba. Mirábamos de vez en cuando hacia arriba cuidándonos de que no nos pegara una en la cabeza, hasta que en un momento el lanzador anónimo de piedras se detuvo.

Luego de la escena, al fin salió X. Y no solo X, sino su padre, su madre y sus hermanos. Luego de una lluvia de piedras, creo que ya lo que sucediera no importaba. Lo positivo del asunto es que X se mostró receptiva y su familia no mostró signos de hostilidad. Al contrario, disfrutaron. Finalizamos y E le hace entrega de las rosas marchitas. - "Te prometo que era rosas bellísimas, pero algo ocurrió en el camino" - dijo.

Nos despedimos, y nos fuimos con el chofer. No pensé que una inocente serenta iba a convertirse en toda una escena de acción y comedia, pero debo reconocer que fue divertido. Nunca supimos quien nos lanzó las piedras, pero es posible que hayan sido vecinos enfadados por el hecho de que dos chicos les interrumpieran su sueño. O bien, simplemente disfrutaban lanzar piedras.

E y X lograron convertirse en novios. Pero la relación fue accidentada y no resultó, cosa que demuestra que no siempre los actos románticos construyen, pero sí mantienen. Eso sí, asegúrense de cuidar las rosas, y por si acaso, miren hacia arriba.

Imagen: "Serenata" (http://davidguzmanfoto.blogspot.com/2007_06_01_archive.html)

Sep 2, 2008

A oscuras


Ayer en la tarde sucedió algo curioso. Por sea cuales sean las razones, hubo un apagón de electricidad en la ciudad, que luego me enteré que había sido una situación que se presentó en varias ciudades del país. Siendo de día, uno nota como la ciudad pareciera entrar en una dimensión de silencio y calma que no es habitual. Me hizo recordar cuando se iba la luz en casa cuando era pequeño. La ciudad callaba totalmente. Solo se escuchaban murmullos de los vecinos, y sonidos de gabinetes abriendo y cerrándose, y de vez en cuando destellos de alguna luz proveniente de una linterna o de alguna vela encendida. Si hay algo que relaciono con los apagones, es el silencio.


Este mismo año, casualmente, ocurrió otro apagón, aunque de proporciones un poco mayores. El servicio de electricidad no regresó sino a las 4 horas de haberse ausentado. La ciudad entró en un caos general. Pero tal caos parecía extrañamente acogedor, era como si se rompiera la continuidad de la rutina y comenzara a reinar la incertidumbre.

Más allá de las quejas, del congestionamiento de los autos intentando abrirse camino ante la ausencia de semáforos, miles de transeúntes del metro (transporte subterráneo) quejándose y vociferando mientras caminaban por las calles... quedaba solo el sliencio.